La cárcel de Carabanchel, un solar lleno de historias sin contar

bemad.es 29/11/2018 18:46

Símbolo de la represión franquista, leyenda del mundo del rock, un lugar de castigo y olvido, una etiqueta para el barrio… Carabanchel fue y sigue siendo algo más que la Prisión Provincial de Madrid. Presos hacinados en celdas diminutas, un lugar para el olvido, escenario de conciertos míticos, el paraíso de los grafiteros, la meca de la chatarrería, casa de toxicómanos… La cárcel más famosa de nuestro país se comenzó a construir en 1940 y esta es una de sus historias…

Antes de que la mítica cárcel de Carabanchel se convirtiera en 2008 en el solar que sigue siendo hoy en día, ‘Callejeros’ saltó sus rejas para conocer cómo era su vida antes de su cierre en 1998, cuando José María Aznar y Jaime Mayor Oreja, presidente del Gobierno y ministro del Interior respectivamente, ordenaran su cierre.

En 1940 se comenzó a construir con la mano de obra de 1.000 presos políticos procedentes de los Batallones Disciplinarios de Soldados Trabajadores Penados. Tras la guerra civil, la cárcel quedó prácticamente derruida y fue el general Francisco Franco el que dio la orden de su reconstrucción para albergar a los condenados de le época. Presos en su mayoría políticos o encerrados simplemente por su condición sexual.

“Dura”, es la palabra más repetida cuándo preguntamos “¿Cómo era la vida en Carabanchel?” Una cárcel en la que no existía la reinserción y simplemente se contemplaba el castigo. Una cárcel que para muchos fue un auténtico infierno, pero que con el paso de los años se fue convirtiendo en una leyenda. Por las ocho galerías de su construcción en forma de estrellas, pasaron hombres como José María Jarabo (Acusado de cuatro asesinatos, que fue ejecutado, mediante garrote vil el 4 de julio de 1959), los anarquistas Francisco Granados Gata y Joaquín Delgado Martínez o numerosos opositores a la dictadura, como el sindicalista Marcelino Camacho, dirigente de Comisiones Obreras, José Luis López de Lacalle o Simón Sánchez Montero.

La cúpula central de la Carabanchel, el ojo que todo lo veía, también observó pasear por sus galerías a delincuentes más populares como El Lute o El Vaquilla. Eloy de la Iglesia nos enseñó por primera vez los aterradores cerrojazos de las celdas en 1984 en su película ‘El Pico 2’. Fernando Sánchez Dragó y Miguel Boyer también estuvieron “doctorándose en maldades en la facultad del delito” como cantó Miguel Ríos en su tema ‘El Ojo del Huracán’, en el que hablaba de sus meses de condena. El patio de la mítica cárcel de Porlier también fue el lugar en el que los ahora narcotraficantes mediáticos Sito Miñanco y los capos colombianos Jorge Luis Ochoa Vázquez y Gilberto Rodríguez Orejuela (‘Narcos’) entraron en contacto.

En Carabanchel tenías que sobrevivir, pero también podías “convivir” o “crear tu propia familia” y encontrarte con cosas que eran impensables dentro de una prisión, y que han marcado un antes y un después para los presos de nuestro país. Te podías cruzar con un pasacalles improvisado por las galerías, apuntarte a una escuela taurina, ser DJ por un día en la primera radio presidiaria del país o echar un partidito con los chavales del barrio en la liga de fútbol del distrito, sí has leído bien.

Sí, Carabanchel era capaz de lo peor, pero en ocasiones también de cosas buenas y los presos vivían conciertazos en el patio de la cárcel. No solo daba mala fama al barrio, Carabanchel se convirtió en una leyenda irresistible y os podemos hablar de Los Chunguitos o de Ramoncín, pero ningún grupo que lo petara en ese momento solía decir “no” a tocar en el patio de la cárcel.

Si hablamos de música no podemos hablar de la cárcel de Carabanchel sin hablar de Rosendo y en este caso no porque fuera uno de los hombres que allí cumplieron condena. Rosendo se crio con la fortificación estrellada a las espaldas de casa, sintió el miedo, sintió las sirenas, vio los túneles que los presos escavaban hasta debajo de sus casas y fue testigo de la normalidad. Decir Rosendo es decir Carabanchel. Y es que el músico que marcó a una generación quiso despedir la cárcel a su manera y el 26 de marzo de 1999 grabó en directo desde el patio de la prisión su disco ‘Siempre hay una historia’. 1.000 pesetas pagaron por entrada los 2.000 afortunados que acudieron a este evento con fines benéficos. Un concierto que hizo historia y tras el que Rosendo aseguró desde el gimnasio de la cárcel: "Me alegra haber terminado con esto… Me conformo y me alegro bastante con que me hayan dado la autorización para hacerlo aquí. No hace falta remover la mierda para que huela".

Casi diez años siguió en pie la cárcel tras aquel día, años en los que los muros de la prisión se saltaban de fuera hacia dentro. Años en los que los grafiteros sentían libertad al pintar sus paredes, los drogadictos buscaban refugio en sus celdas y los chatarreros hacían su agosto arrancando todo el metal de sus rejas. Años en lo que Carabanchel ya no era ese lugar en el que el 18 de julio de 1977 casi mil presos se amotinaban en su tejado reclamando una reforma del código penal.

Los vecinos del barrio también saltaron sus rejas, se movilizaron y pidieron que la cárcel se convirtiera en un lugar destinado a servicios públicos y sociales, un símbolo de paz para no olvidar todo lo que allí sucedió, pero el terreno de 200.000 metros cuadrados en el que durante 55 años estuvo abierta la mítica cárcel de Carabanchel sigue siendo un solar frente al parque Eugenia.